Diario Onírico (Uno)

19 de noviembre de 2015


Delirios oníricos. 
Relatos que ponen por escrito aquello que mi cerebro 
vomita mientras ando dormida.

Recién he comenzado a registrar mis sueños y tengo que ser consiente que DEBO tratar de tener más disciplina si deseo hacer de esto un hábito fructífero. En aquellos minutos en que me debato por levantarme y tonteo en mi cama en estado de semi-conciencia es donde pierdo varios detalles y escenas secundarias que - de registrarlas - me ayudarían a relatar mejor aquello que mi cerebro se empeña en mostrarme en las noches. No estoy segura de registrar esto en este espacio, así que es una sección que tal vez no vuelva a repetirse. Seguiré escribiendo mis sueños, o por lo menos lo intentaré, esperando que se me haga costumbre, pero el redactarlos y publicarlos tal vez sea otra historia. Pero por el momento, para los locos que tengan curiosidad entonces dejo esto por aquí, como quien no quiere la cosa.
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Gallinas

29 de julio de 2015

El carro se encontraba repleto por un popurrí de gente. Como si mi cerebro hubiese hecho un sorteo cabalístico, un conglomerado de personas — todas ellas mujeres que he conocido en diferentes etapas de mi vida — estaban sentadas ocupando cada uno de los asientos disponibles del carro que estaba próximo a llegar a su destino: La cochera de mi casa. La puerta de la cochera automática rugió mientras se abría lentamente, dejando entrever que era necesario hacer ya un mantenimiento, aunque eso significara solo engrasar un poco los ya oxidados fierros que hacían andar esa enorme puerta de madera que se deslizaba como a regañadientes para dejarnos pasar.

Mientras nos estacionábamos y la puerta empezaba su trajín para cerrarse, mis ojos captaron movimiento a nuestras espaldas e inmediatamente di un pequeño grito de advertencia. Tres chicos, que eran antiguos compañeros de colegio, de aquellos que no he visto en años– Alonso, Rodrigo y Nicolás si mi memoria no me fallaba -, mostraban indicios de querer entrar en la casa aprovechando que la lenta puerta de la cochera todavía se encontraba en pleno proceso de cerrado. Sin embargo, tal vez mis reclamos y las miradas de todas las ocupantes del carro hicieron que, camuflando la acción malintencionada como una broma, terminaran viendo desde la calle cómo la puerta iba cerrándose estableciendo una segura distancia entre nosotros. Con un suspiro, ingresamos a la casa y nos sentamos en la mesa de la cocina a conversar de temas que mi memoria no logró almacenar.

Sin embargo, a los pocos minutos mis ojos se abrieron y mi corazón empezó a latir cuando vi que estos mismos chicos, haciendo uso de Dios sabe qué trucos, habían abierto la puerta de la cochera y se encontraban a pocos metros de la puerta de entrada a la casa.  Nerviosa y luchando con mi timidez, salí a hacerme cargo de esos tres chicos y a ponerme fuerte para hacerles comprender que no podían invadir propiedad privada y que tenían que salir inmediatamente de la casa. Esto pareció no gustarles y aunque me hicieron caso y se fueron por el mismo lugar donde habían entrado, algo en mí sabía que esto no había terminado.

Dicho y hecho, momentos más tarde pude observar cómo tres figuras borrosas trepaban por el muro de mi casa con dos gallinas blancas en sus manos, las cuales lanzaron a mi cochera antes de ellos también saltar. A sus espaldas, un hombre desconocido, también los seguía. Salí de nuevo a enfrentarlos y me propusieron algo que no me esperaba. En sus manos un tablero de juegos de mesa, y en sus labios un sinsentido: tenía que competir con este extraño hombre en este juego mientras las gallinas corrían por mi casa. ¡It's time to duel!

Me desperté.

Laberintos

30 de julio de 2015


Desperté al interior de un salón con un techo enorme, una piscina a mis espaldas y decoraciones hindúes que hacían que las paredes blancas resplandecieran de un color dorado intenso, dándole al gran salón cierto toque de majestuosidad. Allí me esperaba una extraña mujer, ojos negros como el onix me miraban desde la distancia con profundidad. Sin previo aviso me advirtió que al salir por las únicas puertas de este gran salón me iba a encontrar con un gran mercado, del cual no podría salir al menos que encontrara "algo". El objeto de mi desesperada búsqueda a los segundos de mi despertar terminó por no dejar rastro alguno en mi memoria. Lo cierto es que detrás de aquella puerta que se cerraba a mis espaldas se encontraba un mercado enorme, abandonado, pero con tantos caminos que era casi lógico que me perdiera sin una guía oportuna.

Era un panorama perturbador. Un espacio detenido en el tiempo que parecía querer retenerme, hacerme su rehén.

Después de caminar un momento logré divisar un colorido Hijab que pareció alumbrar mi ya derrotada alma. Una mujer madura, con ojos color caramelo, se encontraba en su puesto de chucherías fumando una larga pipa de oro. - ¿Estás perdida pequeña? - Mis ojos se llenaron de lágrimas y mis cuerdas vocales no quisieron cooperar, pues solo un lamento luchaba por no salir, - La salida está por allí, no llores.- Su mano me señaló una pequeña puerta de madera que parecía camuflarse con el ambiente y que, estaba segura, que no hubiese podido encontrar sin ayuda.

Abrí la puerta.

Me encontraba en un gran salón, paredes de un verde pálido, carpetas individuales viejas y una semi-oscuridad que solo era combatida por la luz del retroproyector que indicaba que era hora de exponer. Al fijarme en las caras de mis compañeros encontré nuevamente aquellos rostros jóvenes y conocidos que me acompañaron desde mis 5 años de vida en aquel colegio que me vio crecer.

Al parecer era mi turno de pararme frente al aula.

Me desperté.  

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