Sueños de opio en un bus

6 de abril de 2017



El tráfico de Lima y su insufrible sistema de transporte urbano es tal vez la problemática social que más trasciende en mí día a día. Son varios los motivos por los cuales finalmente mis pensamientos derivan a un “cómo sería si….”: tuviera un paradero a solo una cuadra de mi casa, en horas puntas hubiesen suficientes unidades de transporte como para que todo el mundo fuese cómodo, no existiera cobradores, si se respetara sin chistar el medio pasaje, si me demorara solo 10 minutos en llegar a la universidad; etcétera, etcétera, etcétera. Lamentablemente ese “si…” es determinante para caer en cuenta de que estamos batallando con un condicional, lo que determina que la realidad que vivimos no es justamente la deseable.

Un dato interesante sobre mi vida, y el cual considero fundamental para que entiendan un poco cómo mi cerebro tiende a funcionar, es que paso una buena proporción de mi tiempo diario sentada en un micro. Espacio diseñado, como lo es la ducha, para que mientras la música de tus audífonos suena a todo volumen creando un ambiente mágico y personalizado, los más alocados y disparatados pensamientos crucen por tu cerebro de forma vertiginosa. Pensamientos nada coherentes, mucho menos realistas o si quiera relevantes para tu existencia.  
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Cuanto tu pensamiento diario es…

Prepárense…

¿Qué pasaría si este micro atravesara un portal dimensional y todos quedáramos atrapados en una isla desierta? -La música de suspenso empieza a sonar mientras las ideas van pasan volando por mi cabeza a una velocidad que definitivamente, si fuese usada con sabiduría me hubiese servido para ganar un Nobel (Bien, no, pero déjenme soñar)- ¿Quienes de los pasajeros sobrevivirían?

Miras a tu costado, un señor de unos treinta y muchos o cuarenta y pocos, con una camisa prolijamente planchada, a rayas, y un pantalón de vestir color caqui, parece estar leyendo atentamente el periódico gratuito matutino. Sus lentes, su estatura promedio, su contextura gruesa, y la mirada que te dedica te hacen pensar que él no sería un tan buen aliado en un combate de muerte por alimentos, agua o refugio. Algo te hace sospechar que en una situación extrema, el sujeto no aguantaría la presión psicológica de dicho evento, lo que lo llevaría a una inminente y dolorosa muerte.

Rápidamente, sin pensarlo mucho, un destello platinado me llama la atención. Una señora rubia que se encuentra en los primeros asientos, detrás del conductor es el siguiente motivo de discusión y evaluación. ¿Sobreviviría? Te fijas en su buzo deportivo, su esbelta y larguirucha figura, y te cuestionas el verdadero potencial de sus habilidades física.  Te cuestionas si el entrenamiento recibido en el gimnasio darían frutos en una situación extrema como la planteada. Es difícil saberlo.

Un sonido meloso logra filtrase en tu  pequeña burbuja, el sonido de un celular. El sonido logra crisparte los nervios, ese ritmo empalagoso te hace pensar que el sujeto que contesta no sobreviviría a una situación tan disruptiva de la monotonía. Buscas con la mirada quién será el pobre individuo; sin embargo, lo que ves te sorprende. Un metro noventa aproximadamente, unas líneas oscuras que sobresalen de su prolija camisa blanca logran dar una pista de un tatuaje que se extiende por su espalda, en sus piernas se encuentra una valija negra, y en sus manos un Iphone. Reconsideras tus pensamientos. Su piel morena te remite a cada uno de los personajes que has visto en las innumerables películas de acción, suspenso, horror que has podido apreciar en tu vida.

Los asientos reservados se encuentran ocupados por una pareja de ancianos que se encuentran felizmente hablando y riendo. Tu corazón se enternece y repentinamente un sentimiento de pena te invade. Los pobres ancianos no tendrían ni un ápice de oportunidad en una situación tan disruptiva como esta. Un asiento detrás de ellos se encuentra una señora con sus tres hijos. Su hija mayor, una copia de ella solo que con unos 30 años menos, cargaba a su pequeño hermano en sus piernas. Mientras la señora cargaría al último miembro de la familia, un bebe de grandes ojos castaños oscuros, el cual parecía de lo más divertido con las muecas y juegos que una señora y una chica, que por sus ropas parecía ser estudiante de medicina, le dedicaban desde la distancia. Por lo menos tendremos a un médico—pensé. Eso nos daba más oportunidades de sobrevivir.

Cuatro chicos con grandes audífonos, mirando por la ventana, dos de ellos moviendo sus cabezas ritmo de la canción. Una pareja de amigas hablando y riendo. Una pareja besándose. Cuatro muchachos con pinta de nerds se encontraban discutiendo un problema de matemática, dos de ellos sostenían sus calculadoras CASIO en una mano, mientras que los demás se encontraban calculando ecuaciones en sus cuadernos. Y un misterioso chico del abrigo negro quien leía muy atentamente un libro, era el último miembro que conformaba el extraño grupo.

Las amigas, de unos quince años, parecían estar camino a un curso de inglés, por los libros que sostenían en las manos. No sabría decirles si su amistad sobreviviría. La pareja, que por suerte había dejado ya de besarse frente a mí, continuaba haciéndose cariños y pucheros. Eso me hizo pensar que su relación no llevaba mucho de haberse formado. La experiencia de sobrevivir a un evento tan extremo los haría validar aquel sentimiento denominado “amor”. 

Todos morirían, eso era seguro—me lamenté. Los chicos nerds tal vez tendrían una muerte extrañamente cruel, los chicos de grandes audífonos, eran extras en el bus y de seguro extras en una trama que ni ellos mismos se imaginaban que pudiera pasar, pero…el chico misterioso. Su presencia en el bus era de por si oscura. Su largo abrigo negro, su cara media cubierta por la bufanda de un color resaltante, eran de por si elementos que no me hacían obviar su presencia fácilmente. Un movimiento logra que capte el nombre del libro: Apocalipsis de Stephen King. Mi boca forma una pequeña sonrisa. Su futuro se me hacía tan misterioso como su presencia.

Lo continué observando, lo que me pareció una eternidad. El suave movimiento de sus dedos cada vez que pasaba una página, sus ojos marrones caoba atentos e inexpresivos, el casi imperceptible golpeteo que producía con sus botas de cuero negras al ritmo de la balada que adornaba el interior del bus. Un sentimiento de certeza me invadió mientras lo seguía observando, ese chico iba a sobrevivir, lo sabía. Era una de esas pocas veces que tenía aquella certeza. La certeza de que te encontrabas con un sobreviviente, una certeza que no hacía más que una pregunta volviera a formularse en mi cabeza ¿Y yo sobreviviría? (... No)

Huyamos, por favor

8 de enero de 2017


Diario de sueños #2 

Un sueño de una noche de invierno.



1.
Las lágrimas no paraban de caer y bañar mis mejillas mientras que los hipidos que luchaba por calmar - sin éxito alguno - no hacían más que causarme un mayor desasosiego. Me sentía desorientado, pero sobre todo desamparado. Los tanques y soldados que desfilaban delante de mis ojos no hacían más que causar en mí una repulsión tan profunda que me era imposible controlar el temblor de mi cuerpo, el cual se encontraba recostado sobre una pared que había sobrevivido a las explosiones que habían azotado la ciudad. 

Estaba solo en aquellas calles que solo dejaban ver destrucción. Estaba solo en un país que no era el mío y con personas que, probablemente, nunca me considerarían uno de ellos. Mi piel blanca y mi cabellera de un color rubio casi platinado, contrastaba claramente con la piel color canela y cabellos ébano de los soldados y cuerpos inertes que se encontraban rodeándome. Mis padres habían muerto y yo debí de acompañarlos. Sin nada ni nadie a quien acudir pensé que lo mejor hubiese sido que la violencia que destruyó la ciudad también me hubiese destruido a mí. Me hubiese aliviado el dolor. Oculté mi cara entre mis rodillas y simplemente deseé desaparecer.

Cuando alcé de nuevo la vista, unos ojos café me miraban fijamente. Una niña, tal vez de mi misma edad, me observaba con curiosidad. Atrás de sus faldas se encontraba un pequeño, de aproximadamente unos cuatro años, mirándome también con algo de miedo. Me quedé observándola también, fijamente, hasta que su voz llegó a mis oídos – “¿También te quedaste solo?” -  logré entender con dificultad. La miré por unos segundos más antes de asentir con la cabeza mientras batallaba por que el picor que sentía en los ojos desapareciera. Ella se acercó a mí lentamente, mientras el pequeño que se encontraba todavía fuertemente agarrado de sus faldas, la siguió sin chistar. Ambos se sentaron a mi lado y permanecimos callados por un tiempo, observando a los soldados y tanques seguir pasando delante de nuestros ojos. 

No sabía cuánto tiempo pasó hasta que su mano tomó la mía fuertemente. “Vamos” – me dijo mientras se paraba bruscamente y me jalaba con ella. Al igual que el pequeño niño que tenía sujeto de la otra mano, la seguí sin chistar.

2.  
El trabajo que desempeñaba para el hermano mayor era el de cuidar que las mujeres de la banda cumplieran su trabajo y que los clientes que las solicitaban pagaran. Mi apariencia hacía que los clientes extranjeros se sintiesen más cómodos y que los locales me miraran con cierto recelo y respeto. Tal vez por eso el hermano mayor me encargó este trabajo desde tan temprana edad. Lo odiaba.

Sentado en mi auto, me encontraba esperándola. Un sujeto, extranjero, salió del local y mientras se arreglaba el traje se acercó a mí con una gran sonrisa. “Una dulzura. Volveré.” – Atinó a decir  mientras me extendía unos billetes.  Los tomé sin inmutarme.

Pocos minutos después, ella salió. Vestida con un sari rojo y bordados dorados, la vestimenta que normalmente solían solicitar algunos extranjeros que buscaban esa experiencia exótica, se subió al auto. “Vamos”. Inmediatamente encendí el auto. Mientras avanzábamos por las calles mi mirada se perdió en su imagen reflejada en el espejo retrovisor.  Era hermosa. 

¿Cómo habíamos terminado así? No era gran sorpresa que, niños huérfanos, hubiesen terminado en las manos de un grupo de mal vivir. Comida, abrigo, un techo y, claro, una deuda que pagarías prácticamente toda tu vida. Robar, estafar, matar, nada había sido fácil en un inicio pero uno terminaba acostumbrándose. A ella, evidentemente, le había tocado la peor parte. 

Detuve el auto y sus ojos se posaron en mí detonando cansancio –“Por favor, no comencemos con…” – No la escuché y, nuevamente, volví a implorárselo – “Escapemos. Tengo contactos en el extranjero, sé que puedo sacarte a ti y a Aryam de aquí. Los tres, juntos, como siempre.” –No recibí respuesta – “Te amo” – murmuré – “Te amo demasiado” –Pude ver cómo sus ojos rehuyeron los míos –“Y sé que tú también me amas. No sé qué te haya dicho Sohan pero nada nos pasará, te protegeré con mi vida y viviremos la vida que merecemos, juntos”- Vi como su labio inferior temblaba ligeramente y como parecía tratar de controlar las lágrimas.

“No me pidas eso. No podemos. No…” – No se atrevía a alzar la mirada. Rápidamente me pasé al asiento de atrás, junto a ella, quien parecía cada vez más incómoda –  “Claro que podemos, confía en mí” – La tomé de la mano, tal como ella lo había hecho años atrás –“Te amo” – volví a decir, esta vez más fuerte, mientras sujetaba con más fuerza su mano, la cual luchaba por zafarse de la mía –“Yo…” –calló  por unos segundos – “Estoy sucia, yo no…” – Ya habíamos tenido esta conversación, siempre que intentaba tocarla. – “No me importa” – la cogí del rostro – “No me importa” – repetí – “Huyamos, te lo suplico” – Sus ojos café me miraron fijamente y, de improviso hizo algo que no hacía hace mucho tiempo, me abrazó fuertemente. Su figura se acopló perfectamente entre mis brazos. Permanecimos así varios minutos, simplemente abrazados, sin decir una palabra.

– “Lo siento” – fue lo último que escuché de ella mientras rápidamente se bajaba del auto y empezaba a correr hacia la oscuridad

Me desperté.


NOTAS:

Bueno, básicamente fue un sueño extraño. Puedo sacar del sueño que mis padres eran médicos europeos que fueron a ayudar, a manera de voluntariado, a una zona azotada por la violencia en algún lugar del Medio Oriente. Murieron cuando la ciudad en la que residíamos fue atacada. Me quedé huérfano y fue allí en donde conocí a esta chica y su pequeño hermano. Su nombre desapareció de mi memoria cuando me levanté, así que es un misterio para mí. Vivimos en las calles hasta que caímos en las manos de este grupo medio mafioso, el cual nos obligó a trabajar para ellos. El sueño tuvo un salto temporal, en donde me vi más grande (18 – 20 años) y en donde, también, era un proxeneta. Una de las chicas que tenía que cuidar era ella. Todos los días le proponía huir, juntos, salir de ese mundo. Pero ella, por alguna razón extraña no aceptaba, pese a que sabía que el sentimiento era correspondido. Era triste. Fue un sueño fascinante, de los más vívidos de este año. Está en mi TOP Onírico 2016.